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Vamos a sentarnos y tener conversaciones imaginarias. Finjamos hablar sobre todo aquello que nos asusta (la oscuridad), que nos da pudor (los pelos del baño) o nos asombra (tu arruga en las sábanas cada mañana). Hablemos de política, de tener hijos, de tipos de lechugas. De religión, novelas negras y horquillas que se pierden.

Hablemos hasta agotarnos. Y cuando ya no podamos decir más, dejemos de fingir haber dicho una sola palabra. Y que queden las sillas tan vacías, tan solas, como lo han estado cada uno de esos pensamientos dentro de nuestras cabezas.

Imaginemos que, por un momento, todo eso ha existido.